Capítulo
II
A
la mañana siguiente todo habría acabado si la señorita Brooks
hubiera entrado en la empresa como tenía planeado y borrar todas y
cada una de las pruebas, pero se entretuvo escuchando algo que fuese
aún más importante todavía: una conversación entre el Sr.
Clayton, jefe de personal, y el señor Müller, el jefe.
Este
ultimo era de origen de alemán, pero se había marchado a la Bretaña
para hacer fortuna, decía que como hacer dinero era mejor hacerlo en
la cuna del dinero. Los ingleses atañan siempre a comprar diamantes
y cosas preciosas para sus mujeres y que mejor manera que montar una
empresa para satisfacer a las joyerías de la ciudad vendiendo todas
las piezas de diamantes y hasta hace unos años diseñar las mejores
joyas de toda Londres, e incluso el Sr. Müller tenía otros negocios
importantes fuera de Europa e incluso decía que en cuanto se casara
con su hija ese tal cazafortunas invertiría en todas esas empresas,
aunque la inversión sería más bien una auténtica ruina, ya que no
existe ninguna, aunque para este ladrón que roba a grandes masas si
quería robar era mejor que tuviese las famosas empresas fantasma;
fortuna fantasma por aquí, fortuna fantasma por allá... y así
sucesivamente.
Finalmente
esto acabó en una interesantísima conversación en la que Jane
Brooks se veía más bien entre la espalda y la pared. El señor
Müller amenazó al señor Clayton a que si no se encontraba al
culpable se culparía al señor Clayton, aunque este mismo le dijo
que el seguro tenía como previsto sospechoso al señor Wells y que
el seguro pagaría sin lugar a dudas, pero que de los diamantes ni
rastro. Si el seguro no indemnizaba a la empresa, esta se declararía
en ruinas total.
Jane
Brooks salió de ese edificio sin que el jefe de seguridad la
descubriera, aunque por una parte se fue contenta porque no
encontrarían en ningún momento a los diamantes, pero su amigo Wells
estaba metido en un buen lio, y la mejor manera de hacerlo era
hacerlo desaparecer. Su olvido fue borrar las huellas del despacho de
la planta 3ª.
A
la mañana siguiente cuando todo el mundo se hallaba centrado en su
trabajo, cuando cada mañana no se empieza sin un buen tazón de
café, administración con los papeles para arriba y abajo, los jefes
reunidos y el seguro vigilando a cada cual que moviese un minúsculo
dedo. Jane Brooks como cada mañana llegaba a su trabajo, entraba en
el despacho del Sr. Hoffman para que le diera instrucciones si era
necesaria su intervención, hacer informes falsos por si se
necesitaba maquillar algún númerito por si llegaba alguien no
esperado y la empresa se iba al traste. Era fundamental que los
inversores no se dieran cuenta de nada y, mucho menos ahora ya que la
prensa había dado rienda suelta al asunto de los diamantes y según
The English Times decía que a causa del robo la empresa se hallaba
en una pérdida inusual de dinero constante. La señorita Brooks tenía
el suficiente trabajo con el señor Hoffman, vicepresidente de la
empresa, para maquillar absolutamente todo, aunque esto de maquillar
informes a la señorita Brooks no le disgustaba su trabajo, pero
tampoco le llegaba a caer del todo mal porque el Sr. Hoffman era un
señor bastante amable y poco preocupado de su trabajo, cada dos por
tres la dejaba sola para que siguiera con su trabajo mientras que
ella mecanografiaba y hacía cuentas sin jefe o al menos lo
aparentaba durante la ausencia de su jefe y se dedicaba a leer su
revista favorita o en consecuente a poner el oído mientras
aparentemente hacía su trabajo, visitaba el baño para curiosear
desde dentro para escuchar lo que se decía sobre los diamantes, o
escuchaba detrás de los despachos, avisaba sobre los últimos
avances al señor Wells en la cabina de limpieza donde nunca a nadie
se le ocurriría poner un pie. Para el resto de los integrantes de la
empresa pisar un pie en la cabina de la limpieza era un pecado mortal
porque era como contagiarte de la lepra sin haberlo hecho.
Así
que mientras la señorita Brooks mecanografiaba el seguro, el señor
Elliot Hamilton, un señor de 1,80, delgado, bastante serio y
difícil de engañar, era de los típicos que hasta el más mínimo
detalle lograba concentrarse en su mente y hallar la solución en un
santiamén. Le preguntó:
-Señorita
Brooks ¿no es así? Corríjame si me equivoco.
-Sí,
ese es mi apellido. Brooks.
Sin
apartarle la mirada a Brooks como si supiera lo que le iba a
responder ella, realizó su pregunta.
-Señorita
Brooks, ¿usted que cree sobre quién puede ser el sospechoso?
-Pues
no lo sé.¿Qué es lo que usted piensa?
Mientras
seguía mecanografiando el señor Hamilton se le escapó una leve
risa como si aquello lo que le hubiese contado fuese una simple
burla.
-El
señor Wells era el único que tenía acceso a esa cámara. Toda la
empresa apunta al señor Wells o al menos cree saberlo.
-¿Y
usted que opina?
-¿Qué
es muy probable que pueda ser él? Lo único que no me cabe en la
cabeza es como pudo haberlo hecho si supuestamente aquel pasillo
donde se encontraba la cámara estaban los baños que son bastantes
frecuentados por los empleados y, al final del pasillo oficinas con
la señorita Margaret Smith que asegura entre las 18:00-20:00 h ver
al señor Wells limpiando el suelo de mármol y se llevó bastante
tiempo, sin embargo es la única persona que tiene acceso a ella.
-Pues
entonces opino lo mismo que usted.
-¿El
qué?
-Que
es el sospechoso.
-Señorita
Brooks, usted es la secretaria de presidencia. El señor Wells se
encuentra en el despacho de la planta baja. ¿Quisiera usted venir
conmigo por favor?
-Claro,
iré con usted, aunque no debo de tardar mucho. El señor Hoffman
está a punto de llegar.
-No
se preocupe por el señor Hoffman. Estoy seguro de que ha ido hacer
alguno de sus recados.
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