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viernes, 3 de abril de 2015

Diamantes (Aún sin titulo) II

Capítulo II

A la mañana siguiente todo habría acabado si la señorita Brooks hubiera entrado en la empresa como tenía planeado y borrar todas y cada una de las pruebas, pero se entretuvo escuchando algo que fuese aún más importante todavía: una conversación entre el Sr. Clayton, jefe de personal, y el señor Müller, el jefe.
Este ultimo era de origen de alemán, pero se había marchado a la Bretaña para hacer fortuna, decía que como hacer dinero era mejor hacerlo en la cuna del dinero. Los ingleses atañan siempre a comprar diamantes y cosas preciosas para sus mujeres y que mejor manera que montar una empresa para satisfacer a las joyerías de la ciudad vendiendo todas las piezas de diamantes y hasta hace unos años diseñar las mejores joyas de toda Londres, e incluso el Sr. Müller tenía otros negocios importantes fuera de Europa e incluso decía que en cuanto se casara con su hija ese tal cazafortunas invertiría en todas esas empresas, aunque la inversión sería más bien una auténtica ruina, ya que no existe ninguna, aunque para este ladrón que roba a grandes masas si quería robar era mejor que tuviese las famosas empresas fantasma; fortuna fantasma por aquí, fortuna fantasma por allá... y así sucesivamente.

Finalmente esto acabó en una interesantísima conversación en la que Jane Brooks se veía más bien entre la espalda y la pared. El señor Müller amenazó al señor Clayton a que si no se encontraba al culpable se culparía al señor Clayton, aunque este mismo le dijo que el seguro tenía como previsto sospechoso al señor Wells y que el seguro pagaría sin lugar a dudas, pero que de los diamantes ni rastro. Si el seguro no indemnizaba a la empresa, esta se declararía en ruinas total.

Jane Brooks salió de ese edificio sin que el jefe de seguridad la descubriera, aunque por una parte se fue contenta porque no encontrarían en ningún momento a los diamantes, pero su amigo Wells estaba metido en un buen lio, y la mejor manera de hacerlo era hacerlo desaparecer. Su olvido fue borrar las huellas del despacho de la planta 3ª.

A la mañana siguiente cuando todo el mundo se hallaba centrado en su trabajo, cuando cada mañana no se empieza sin un buen tazón de café, administración con los papeles para arriba y abajo, los jefes reunidos y el seguro vigilando a cada cual que moviese un minúsculo dedo. Jane Brooks como cada mañana llegaba a su trabajo, entraba en el despacho del Sr. Hoffman para que le diera instrucciones si era necesaria su intervención, hacer informes falsos por si se necesitaba maquillar algún númerito por si llegaba alguien no esperado y la empresa se iba al traste. Era fundamental que los inversores no se dieran cuenta de nada y, mucho menos ahora ya que la prensa había dado rienda suelta al asunto de los diamantes y según The English Times decía que a causa del robo la empresa se hallaba en una pérdida inusual de dinero constante. La señorita Brooks tenía el suficiente trabajo con el señor Hoffman, vicepresidente de la empresa, para maquillar absolutamente todo, aunque esto de maquillar informes a la señorita Brooks no le disgustaba su trabajo, pero tampoco le llegaba a caer del todo mal porque el Sr. Hoffman era un señor bastante amable y poco preocupado de su trabajo, cada dos por tres la dejaba sola para que siguiera con su trabajo mientras que ella mecanografiaba y hacía cuentas sin jefe o al menos lo aparentaba durante la ausencia de su jefe y se dedicaba a leer su revista favorita o en consecuente a poner el oído mientras aparentemente hacía su trabajo, visitaba el baño para curiosear desde dentro para escuchar lo que se decía sobre los diamantes, o escuchaba detrás de los despachos, avisaba sobre los últimos avances al señor Wells en la cabina de limpieza donde nunca a nadie se le ocurriría poner un pie. Para el resto de los integrantes de la empresa pisar un pie en la cabina de la limpieza era un pecado mortal porque era como contagiarte de la lepra sin haberlo hecho.

Así que mientras la señorita Brooks mecanografiaba el seguro, el señor Elliot Hamilton, un señor de 1,80, delgado, bastante serio y difícil de engañar, era de los típicos que hasta el más mínimo detalle lograba concentrarse en su mente y hallar la solución en un santiamén. Le preguntó:
-Señorita Brooks ¿no es así? Corríjame si me equivoco.
-Sí, ese es mi apellido. Brooks.
Sin apartarle la mirada a Brooks como si supiera lo que le iba a responder ella, realizó su pregunta.
-Señorita Brooks, ¿usted que cree sobre quién puede ser el sospechoso?
-Pues no lo sé.¿Qué es lo que usted piensa?
Mientras seguía mecanografiando el señor Hamilton se le escapó una leve risa como si aquello lo que le hubiese contado fuese una simple burla.
-El señor Wells era el único que tenía acceso a esa cámara. Toda la empresa apunta al señor Wells o al menos cree saberlo.
-¿Y usted que opina?
-¿Qué es muy probable que pueda ser él? Lo único que no me cabe en la cabeza es como pudo haberlo hecho si supuestamente aquel pasillo donde se encontraba la cámara estaban los baños que son bastantes frecuentados por los empleados y, al final del pasillo oficinas con la señorita Margaret Smith que asegura entre las 18:00-20:00 h ver al señor Wells limpiando el suelo de mármol y se llevó bastante tiempo, sin embargo es la única persona que tiene acceso a ella.
-Pues entonces opino lo mismo que usted.
-¿El qué?
-Que es el sospechoso.
-Señorita Brooks, usted es la secretaria de presidencia. El señor Wells se encuentra en el despacho de la planta baja. ¿Quisiera usted venir conmigo por favor?
-Claro, iré con usted, aunque no debo de tardar mucho. El señor Hoffman está a punto de llegar.
-No se preocupe por el señor Hoffman. Estoy seguro de que ha ido hacer alguno de sus recados.




martes, 17 de marzo de 2015

Londres 1950


Iluminado por la luz de la luna frente al Tamesis, cuyo reflejo transparente se asomaba en la misma agua, el humo del cigarro le recordaba cada punto de los últimos momento más cruciales.
Sabía que lo que había hecho estaba mal, y que por consecuente si se descubrían donde se encontraba el plan se iría al traste.
El frío se posaba sobre su cuerpo sin mediar una palabra, aunque era frecuente que le recordara que un minuto más y todo sería el final ¿qué habría ocurrido? ¿lo habían descubierto? El plan era perfecto y, la compañía de seguros indemnizaría a la empresa cuando viera de que no hay pruebas suficiente para culpar a nadie y, mucho menos al señor de la limpieza, que aunque el mismo no lo fuera del todo, pero todo se hallaba en una sencilla recomendación.

Lo cierto, es que no había sido muy difícil. Había entrado a trabajar en una de las mayores empresas del país y, no era tan difícil como parecía. Unas cuantas sonrisas, un buenos días y un estudio completo del plano y las medidas de seguridad de una empresa que atañaba a la vejez en cuanto a tecnología de seguridad. Le dijo el señor Clayton en su primer día de trabajo:

-No se preocupe señor Wells, todo está bajo control. Nunca nadie se ha atrevido a entrar en nuestra empresa. Usted solo preocúpese de dejar la empresa como los chorros del oro, así que no tema por nada. Nadie se atrevería a robar a esta empresa, ni la mismísima casa real inglesa.

¡¡Iluso!! pensaba que nadie entraría en susodicha empresa y que nadie descubriría el tesoro que se hallaba escondido en esa maldita cámara. Un año trabajando en esa absurda empresa para tan solo robar un sencillo tesoro que estaba destinado para el día de la boda de la hija del magnate de la empresa. Con unas cuantas de esas piedras se iba hacer un maravilloso collar para lucirlo en el día más especial de su vida, en el que había asomado la sonrisa con un cazafortunas que decía tener no se cuantos terrenos, empresas en EEUU y Europa... y, que ahora se compraría unos cuantos barcos para su luna de miel en el que daría largos paseos por el mar acompañada de una estúpida niña rica que cree haber encontrado a su príncipe azul.

La luna y la calle solitaria serían los únicos testigos de lo ocurrido aquella noche y, allí plantado al lado de la farola, acompañado de su soledad y con un cigarro a medio acabar esperaba ansioso a su cómplice. La puntualidad nunca fue una de sus mayores virtudes, la conoció en un viaje que realizó a Nueva York en la inauguración de una obra en la que se hacía pasar por uno de esos expertos en arte.
-¿Y bien?
Una bella dama con una melena negra, unos labios rojos y un largo abrigo negro que impedía que la humedad se posara sobre su cuerpo. El frío por la noche apretaba más que de día. Se dibujó una expresión de desconcierto en el rostro de aquella mujer:
-...¿Y bien qué?...
-¿Qué va a ser? No pretendas que adivine que es lo que ha dicho el seguro.
-Ah!! claro, están investigando.
-¿Y?
-Y nada.
Acabó por perder los nervios, tirar el cigarro...la desesperación le cubría por completo. Cuando su cómplice se ahorraba las palabras ten por seguro que algo andaba mal.
-¡¡No me mientas!! ¡¡¿Cuándo lo han descubierto?!! ¡¡¿Qué saben?!!
-¡¡Nada!! cálmate!! no pasa nada. Solo son un par de imbéciles que creen saberlo todo.
-Ah!! y pretendes que me lo crea. ¡¡¡¿Qué es lo que ocurre Jane?!!
Ella suspiró:
-Creen que eres el sospechoso porque eres el único que tenía acceso a esa cámara.
Apreciado por la verdad que había dicho su compañera de robos sabía que esta vez acabaría entre rejas. Todo se había acabado y, una vez dentro tendría que buscar la manera de escapar de la cárcel ¿y cómo escapar de allí? Si todo esta totalmente vigilado. Sumergido en los pensamientos de cuantos años le caerían, como podría salir de allí, si podría infiltrar a alguien en la cárcel...
-¿En qué piensas?
-¿En como salir de la cárcel? ¿no pretenderás que mi cuerpo se quede inmune en la cárcel, pensando en cual sería mi siguiente golpe cuando salga de allí.
-¡Estoy segura que aún podemos salir de esta!Ahora que lo recuerdo dejé mis huellas en el despacho de la planta 3ª.
-¡¡¿¿Qué?!!! ¡¡se supone que tenías que usar guantes!!!
-¡¡Espera!! ¡¡espera!! pero yo llevo la administración yo podría haber entrado en el despacho para simplemente dejar unos informes que dejé.
-jajajaja me ruborizas... ¿tú estás tonta? Pareces novata. ¡¡¡Tú solo tenías que coger las llaves y salir de allí cagando leches!!!
-Tenemos que devolverlos. La aseguradora no va pagar ni un duro y estamos a la espera de que ya hayan descubierto nuestras huellas. Solo tenemos que desaparecer ya.
-¡¡No pienso devolver ni una sola libra de esos diamantes!! una vez que todo haya acabado desapareceremos como hacemos siempre ¡¡¡¿ y tú?!!! tendrás que mantener la boca cerrada sino quieres que nos cojan. La aseguradora por la cuenta que le trae: pagarán. Solo es cuestión de tiempo y de no tener ni una sola prueba de ello. Tenemos que eliminar esas pruebas antes de que las encuentren.
Ni la más mueca de viento que se asomaba en el pernil de la noche se atrevía a darse libertad para opinar sobre aquello que estaba ocurriendo en ese momento. Ni tan siquiera la opinión que se cernía o que debiera cernirse inclinándose a la solución de ambos se quedó muda al ver que se quedaban sin diamantes y sin el sueño de poder viajar juntos hacía Mongolia, el país del budismo, el país de la propia libertad y del descanso supraterrenal. Disfrutar de los lares salvajes, los templos y de seguida marcharse a disfrutar de la cultura oriental de la India, aquellos parajes del disfrute y del gozo y, hospitalidad, contagiarse de la alegría de aquella cultura oriental y desconocida para muchos, pero amenazada y despreciada por otros que creen sentirse superiores.

Sin duda alguna después de la despedida de Jane Brooks se apoderó de el una fuerza bruta contenida por la impotencia de la solemnidad y la tranquilidad de asumir este asunto de una manera mucho más civilizada y, de no haber sido así le habría arrancado la cabeza para que no dijese ninguna palabra de todo aquello, pero no le quedaba otra que confiar en ella y depositar toda su confianza como lo había hecho hace tiempo.

Jane Brooks era un mar de dudas, sin saber que camino era el indicado para marchar a su casa. Ella misma creía estar metida en un maldito maremoto y, que del cual se hallaba atrapada en una isla que iba a ser arrasada por aquel maremoto representado por el propio seguro que se hallaba buscando una solución a tal elocuente desaparición de unos diamantes que se encontraba guardados en una cámara en el cual tan solo el único que tenía acceso era el señor Wells, el señor de la limpieza, pero aún así los diamantes custodiados se encontraban en buen puerto y, la manera de salir adelante estaba tan oscuro como la calle, aunque si se lo pensara de nuevo quizás hubiese alguna luz, aunque fuese lo más pequeña posible como la farola de la calle que iluminaba una porción de la calle.
Ahora lo único que tendría que hacer sería marcharse a casa y dormir, quizás también debiera de convertirse en cristiana y ponerse a rezar como decía su madre:
-”Cuando las cosas se ponen feas, reza siempre a Dios siempre tendrá un hueco para nosotros, aunque hayamos sido pecadores el siempre nos buscará una solución para que podamos salir adelante, pero debemos de saber cual es la que nos envía el.”
Era muy fácil encontrar la solución a todo refugiándose en las faldas de aquel viejo barbudo que nos ponía a todos a prueba: ¡¡Maldito imbécil!! siempre fue el mal del ser humano, pero que mejor manera que quitárnoslo de encima actuando antes de que el nos de la solución incorrecta. Tenía la posibilidad de que la solución de que el le enviara fuese más bien la cárcel y hacerle pagar por ello, aunque el seguro se hallaba más cerca que nunca de aquellas pruebas, así que lo mejor sería que se diese la vuelta hacía la empresa y borrar las pruebas antes de que ellos la encontraran y le inculparan a los dos, así el señor de la limpieza, George Wells, saldría impune de aquello. Parecía que tras haber dado la vuelta al coche las casas y clubs pequeños quedaban sumergidos en una aureola por haber retomado el camino correcto. Una señal, habría sido una señal que le habría enviado ese ser barbudo.



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