Londres 1950
Iluminado por la luz de la luna frente al Tamesis, cuyo reflejo transparente se asomaba en la misma agua, el humo del cigarro le recordaba cada punto de los últimos momento más cruciales.
Sabía que lo que había hecho estaba
mal, y que por consecuente si se descubrían donde se encontraba el
plan se iría al traste.
El frío se posaba sobre su cuerpo sin
mediar una palabra, aunque era frecuente que le recordara que un
minuto más y todo sería el final ¿qué habría ocurrido? ¿lo
habían descubierto? El plan era perfecto y, la compañía de seguros
indemnizaría a la empresa cuando viera de que no hay pruebas
suficiente para culpar a nadie y, mucho menos al señor de la
limpieza, que aunque el mismo no lo fuera del todo, pero todo se
hallaba en una sencilla recomendación.
Lo cierto, es que no había sido muy
difícil. Había entrado a trabajar en una de las mayores empresas
del país y, no era tan difícil como parecía. Unas cuantas
sonrisas, un buenos días y un estudio completo del plano y las
medidas de seguridad de una empresa que atañaba a la vejez en cuanto
a tecnología de seguridad. Le dijo el señor Clayton en su primer
día de trabajo:
-No se preocupe señor Wells, todo está
bajo control. Nunca nadie se ha atrevido a entrar en nuestra empresa.
Usted solo preocúpese de dejar la empresa como los chorros del oro,
así que no tema por nada. Nadie se atrevería a robar a esta
empresa, ni la mismísima casa real inglesa.
¡¡Iluso!! pensaba que nadie entraría
en susodicha empresa y que nadie descubriría el tesoro que se
hallaba escondido en esa maldita cámara. Un año trabajando en esa
absurda empresa para tan solo robar un sencillo tesoro que estaba
destinado para el día de la boda de la hija del magnate de la
empresa. Con unas cuantas de esas piedras se iba hacer un maravilloso
collar para lucirlo en el día más especial de su vida, en el que
había asomado la sonrisa con un cazafortunas que decía tener no se
cuantos terrenos, empresas en EEUU y Europa... y, que ahora se
compraría unos cuantos barcos para su luna de miel en el que daría
largos paseos por el mar acompañada de una estúpida niña rica que
cree haber encontrado a su príncipe azul.
La luna y la calle solitaria serían
los únicos testigos de lo ocurrido aquella noche y, allí plantado
al lado de la farola, acompañado de su soledad y con un cigarro a
medio acabar esperaba ansioso a su cómplice. La puntualidad nunca
fue una de sus mayores virtudes, la conoció en un viaje que realizó
a Nueva York en la inauguración de una obra en la que se hacía
pasar por uno de esos expertos en arte.
-¿Y bien?
Una bella dama con una melena negra,
unos labios rojos y un largo abrigo negro que impedía que la humedad
se posara sobre su cuerpo. El frío por la noche apretaba más que de
día. Se dibujó una expresión de desconcierto en el rostro de
aquella mujer:
-...¿Y bien qué?...
-¿Qué va a ser? No pretendas que
adivine que es lo que ha dicho el seguro.
-Ah!! claro, están investigando.
-¿Y?
-Y nada.
Acabó por perder los nervios, tirar el
cigarro...la desesperación le cubría por completo. Cuando su
cómplice se ahorraba las palabras ten por seguro que algo andaba
mal.
-¡¡No me mientas!! ¡¡¿Cuándo lo
han descubierto?!! ¡¡¿Qué saben?!!
-¡¡Nada!! cálmate!! no pasa nada.
Solo son un par de imbéciles que creen saberlo todo.
-Ah!! y pretendes que me lo crea.
¡¡¡¿Qué es lo que ocurre Jane?!!
Ella suspiró:
-Creen que eres el sospechoso porque
eres el único que tenía acceso a esa cámara.
Apreciado por la verdad que había
dicho su compañera de robos sabía que esta vez acabaría entre
rejas. Todo se había acabado y, una vez dentro tendría que buscar
la manera de escapar de la cárcel ¿y cómo escapar de allí? Si
todo esta totalmente vigilado. Sumergido en los pensamientos de
cuantos años le caerían, como podría salir de allí, si podría
infiltrar a alguien en la cárcel...
-¿En qué piensas?
-¿En como salir de la cárcel? ¿no
pretenderás que mi cuerpo se quede inmune en la cárcel, pensando en
cual sería mi siguiente golpe cuando salga de allí.
-¡Estoy segura que aún podemos salir
de esta!Ahora que lo recuerdo dejé mis huellas en el despacho de la
planta 3ª.
-¡¡¿¿Qué?!!! ¡¡se supone que
tenías que usar guantes!!!
-¡¡Espera!! ¡¡espera!! pero yo
llevo la administración yo podría haber entrado en el despacho para
simplemente dejar unos informes que dejé.
-jajajaja me ruborizas... ¿tú estás
tonta? Pareces novata. ¡¡¡Tú solo tenías que coger las llaves y
salir de allí cagando leches!!!
-Tenemos que devolverlos. La
aseguradora no va pagar ni un duro y estamos a la espera de que ya
hayan descubierto nuestras huellas. Solo tenemos que desaparecer ya.
-¡¡No pienso devolver ni una sola libra de esos diamantes!! una vez
que todo haya acabado desapareceremos como hacemos siempre ¡¡¡¿ y
tú?!!! tendrás que mantener la boca cerrada sino quieres que nos
cojan. La aseguradora por la cuenta que le trae: pagarán. Solo es
cuestión de tiempo y de no tener ni una sola prueba de ello. Tenemos
que eliminar esas pruebas antes de que las encuentren.
Ni la más mueca de viento que se
asomaba en el pernil de la noche se atrevía a darse libertad para
opinar sobre aquello que estaba ocurriendo en ese momento. Ni tan
siquiera la opinión que se cernía o que debiera cernirse
inclinándose a la solución de ambos se quedó muda al ver que se
quedaban sin diamantes y sin el sueño de poder viajar juntos hacía
Mongolia, el país del budismo, el país de la propia libertad y del
descanso supraterrenal. Disfrutar de los lares salvajes, los templos
y de seguida marcharse a disfrutar de la cultura oriental de la
India, aquellos parajes del disfrute y del gozo y, hospitalidad,
contagiarse de la alegría de aquella cultura oriental y desconocida
para muchos, pero amenazada y despreciada por otros que creen
sentirse superiores.
Sin duda alguna después de la
despedida de Jane Brooks se apoderó de el una fuerza bruta contenida
por la impotencia de la solemnidad y la tranquilidad de asumir este
asunto de una manera mucho más civilizada y, de no haber sido así
le habría arrancado la cabeza para que no dijese ninguna palabra de
todo aquello, pero no le quedaba otra que confiar en ella y depositar
toda su confianza como lo había hecho hace tiempo.
Jane Brooks era un mar de dudas, sin
saber que camino era el indicado para marchar a su casa. Ella misma
creía estar metida en un maldito maremoto y, que del cual se hallaba
atrapada en una isla que iba a ser arrasada por aquel maremoto
representado por el propio seguro que se hallaba buscando una
solución a tal elocuente desaparición de unos diamantes que se
encontraba guardados en una cámara en el cual tan solo el único que
tenía acceso era el señor Wells, el señor de la limpieza, pero aún
así los diamantes custodiados se encontraban en buen puerto y, la
manera de salir adelante estaba tan oscuro como la calle, aunque si
se lo pensara de nuevo quizás hubiese alguna luz, aunque fuese lo
más pequeña posible como la farola de la calle que iluminaba una
porción de la calle.
Ahora lo único que tendría que hacer
sería marcharse a casa y dormir, quizás también debiera de
convertirse en cristiana y ponerse a rezar como decía su madre:
-”Cuando las cosas se ponen feas,
reza siempre a Dios siempre tendrá un hueco para nosotros, aunque
hayamos sido pecadores el siempre nos buscará una solución para que
podamos salir adelante, pero debemos de saber cual es la que nos
envía el.”
Era muy fácil encontrar la solución a
todo refugiándose en las faldas de aquel viejo barbudo que nos ponía
a todos a prueba: ¡¡Maldito imbécil!! siempre fue el mal del ser
humano, pero que mejor manera que quitárnoslo de encima actuando
antes de que el nos de la solución incorrecta. Tenía la posibilidad
de que la solución de que el le enviara fuese más bien la cárcel y
hacerle pagar por ello, aunque el seguro se hallaba más cerca que
nunca de aquellas pruebas, así que lo mejor sería que se diese la
vuelta hacía la empresa y borrar las pruebas antes de que ellos la
encontraran y le inculparan a los dos, así el señor de la limpieza,
George Wells, saldría impune de aquello. Parecía que tras haber
dado la vuelta al coche las casas y clubs pequeños quedaban
sumergidos en una aureola por haber retomado el camino correcto. Una
señal, habría sido una señal que le habría enviado ese ser
barbudo.
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